A diferencia de los otros sentidos, el olfato está cargado de misterio. Influye con insistencia en nuestro comportamiento, en la forma en que percibimos e interactuamos con los demás y hasta en la selección de una pareja. Nos permite decidir qué comer y qué no, y en términos evolutivos, se trata del sentido más antiguo, que logró que los primeros organismos pudieran detectar sustancias químicas en su entorno, mucho antes de desarrollar la capacidad de ver u oír. 

En la actualidad, nuestra comprensión de los mecanismos detrás de la detección de olores, y cómo el cerebro decodifica estos estímulos aún es incompleta. Pese a los grandes avances que se realizaron durante los últimos años, aún no se tiene muy claro el mecanismo fisiológico que logra diferenciar el olor de un clavel al de un jazmín. 

Sabemos que los olores detectados por el olfato humano corresponden a una mezcla de sustancias químicas que generan en los axones, cambios de potenciales de acción, que se transforman en estímulos eléctricos, y estos a su vez, son conducidos a regiones específicas del cerebro, donde son decodificados. Es importante mencionar, que, si el sistema olfatorio es estimulado con dos aromas al mismo tiempo, la persona percibe los dos estímulos por separado (no se mezclan), lo que demuestra la capacidad analítica del sistema.

“El olfato es un sentido de larga distancia, y es una forma de

estirar el tiempo y saber de antemano lo que se avecina”.

Lyall Watso.